"Caníbales y Reyes" Marvin Harris

Marvin Harris, reconocido antropólogo y creador del materialismo cultural, con su obra "Caníbales y Reyes: Los orígenes de las culturas" (publicada en 1977) realizó un magnífico análisis sobre diferentes aspectos de nuestro pasado y nuestro presente. El fragmento que aquí expongo puede resultar de gran utilidad para aquellos que estén interesados en el concepto de decrecimiento (conjunto de ideas de carácter político, económico y social que busca la disminución regular y controlada de la producción económica con la finalidad de conseguir una nueva relación de equilibrio entre el ser humano y la naturaleza, como también entre los propios seres humanos) o, simplemente, para aquellos que entiendan el sistema de producción actual como un grave error.

"Durante siglos, el mundo occidental se ha sentido reconfortado por la creencia de que el progreso material nunca concluirá. Como prueba de que vivir es hoy mucho más fácil para nosotros de lo que lo fue para nuestros abuelos, ofrecemos nuestros coches, nuestros teléfonos y nuestra calefacción central. Aunque reconocemos que el progreso puede ser lento y desigual —con contratiempos poco duraderos—, sentimos que, pensándolo bien, será mucho más fácil vivir en el futuro que en el presente.

Las teorías científicas, en su mayoría formuladas hace cien años, alimentan esta creencia. Desde la superioridad del punto de vista de los científicos victorianos, la evolución de la cultura pareció ser un peregrinaje por una escarpada montaña desde cuya cima los pueblos civilizados podían mirar hacia abajo a los diversos niveles de salvajismo y barbarismo que aún debían superar las culturas «inferiores». Los victorianos exageraron la pobreza material de los así llamados salvajes y, al mismo tiempo, inflaron los beneficios de la «civilización» industrial. Representaron la antigua Edad de Piedra como una época de grandes temores e inseguridades, en que la gente pasaba los días en una incesante busca de alimentos y las noches amontonada alrededor del fuego, en cuevas incómodas, acosados por tigres de dientes como sables. Sólo cuando se descubrió el secreto de la siembra de cosechas, nuestros antepasados «salvajes» tuvieron suficiente tiempo libre para establecerse en aldeas y construir viviendas confortables. Sólo entonces pudieron almacenar excedentes alimenticios y contar con tiempo para pensar y experimentar nuevas ideas. Esto, a su vez, se supone que condujo a la invención de la escritura, a las ciudades, a los gobiernos organizados y al florecimiento del arte y la ciencia. Luego llegó la máquina a vapor, que inició una nueva y más rápida etapa de progreso, la revolución industrial, con su milagrosa abundancia de máquinas producidas en serie, que ahorran trabajo, y de tecnología, que realza la vida.

No es fácil superar este tipo de adoctrinamiento. No obstante, un creciente número de personas no puede evitar la sensación de que la sociedad industrial tiene un núcleo falso y que, a pesar de las imágenes de los medios de comunicación referentes a las placenteras horas de ocio, nuestros descendientes tendrán que trabajar cada vez más duramente para conservar los lujos de que hoy gozamos. El gran auge industrial no sólo ha estado contaminando la tierra con desperdicios y venenos; también ha vomitado bienes y servicios cada vez de peor calidad, más caros y defectuosos.


En esta obra, mi propósito consiste en reemplazar el antiguo punto de vista victoriano del progreso, la categoría de «adelante y arriba», por una explicación más realista de la evolución cultural. Lo que ocurre con el nivel de vida de nuestros días ya ha ocurrido en el pasado. Nuestra cultura no es la primera tecnología que ha fracasado. Tampoco es la primera que ha alcanzado sus límites de crecimiento. Las tecnologías de culturas anteriores fracasaron repetidas veces y fueron reemplazadas por nuevas tecnologías. Los límites de crecimiento fueron alcanzados y trascendidos sólo para ser alcanzados y trascendidos una vez más. Una gran parte de lo que consideramos progreso contemporáneo es, en realidad, una recuperación de niveles que se gozaron plenamente durante épocas prehistóricas.

Las poblaciones de la Edad de Piedra vivían vidas más sanas que los pueblos que les sucedieron inmediatamente: en tiempos de los romanos había en el mundo más enfermedades que en cualquier época precedente, e incluso en la Inglaterra de principios del siglo diecinueve, la expectativa de vida para los niños no era, con toda probabilidad, muy diferente a la de veinte mil años atrás. Más aún, los cazadores de la Edad de Piedra trabajaban para su sustento menos horas de las que trabajan los campesinos chinos y egipcios típicos… y, a pesar de sus sindicatos, los obreros fabriles de nuestro tiempo. En cuanto a esparcimientos tales como buena comida, entretenimientos y placeres estéticos, los antiguos cazadores y recolectores disfrutaban de lujos que sólo los norteamericanos más ricos de nuestros días pueden permitirse. En la actualidad, familias enteras trabajan y ahorran durante treinta años para obtener el privilegio de ver unos pocos metros cuadrados de hierba a través de sus ventanas. Y esos son unos pocos privilegiados. Los norteamericanos dicen que «la carne hace a la comida» y su dieta es rica (algunos dicen que demasiado rica) en proteínas animales, pero dos tercios de la población viven hoy como vegetarianos involuntarios. En la Edad de Piedra, todos mantenían una dieta rica en proteínas y pobre en féculas. Y la carne no se congelaba ni se saturaba de antibióticos y de color artificial.

Pero no he escrito este libro para desvalorizar los niveles de vida norteamericanos y europeos modernos. Nadie puede negar que hoy vivimos mejor de lo que vivieron nuestros bisabuelos en el siglo pasado. Nadie puede negar, incluso, que la ciencia y la tecnología han contribuido a mejorar la dieta, la salud, la longevidad y las comodidades de centenares de millones de personas. En cuestiones tales como la contracepción, la seguridad contra las calamidades naturales y la facilidad del transporte y las comunicaciones hemos superado, obviamente, incluso a las más opulentas de las sociedades precedentes. La cuestión que ocupa el primer lugar en mi pensamiento no se refiere a la determinación de si los beneficios de los últimos ciento cincuenta años son reales, sino a si son permanentes. ¿El reciente auge industrial puede considerarse como el extremo de una única línea gráfica, siempre ascendente, de elevación material y espiritual, o es la última y voluble protuberancia de una curva que desciende con tanta frecuencia como asciende? Creo que la segunda perspectiva está más de acuerdo con la evidencia y los principios esclarecedores de la antropología moderna.

Mi objetivo consiste en demostrar la relación entre el bienestar material y espiritual y los costos y beneficios de diversos sistemas para incrementar la producción y controlar el crecimiento de la población. En el pasado, irresistibles presiones reproductoras surgidas de la falta de medios eficaces y seguros de contracepción, condujeron reiteradamente a la intensificación de la producción. Dicha intensificación ha conducido, siempre, al agotamiento ambiental, lo que en general da por resultado nuevos sistemas de producción… cada uno de ellos con una forma característica de violencia, trabajos penosos, explotación o crueldad institucionalizados. Así, la presión reproductora, la intensificación y el agotamiento ambiental parecerían contener la clave de la comprensión de la evolución de la organización familiar, las relaciones de propiedad, la economía política y las creencias religiosas, incluyendo las preferencias dietéticas y los tabúes alimentarios. Las modernas técnicas contraceptivas y abortivas introducen en este cuadro nuevos elementos potencialmente decisivos, dado que eliminan los atroces castigos relacionados con todas las técnicas preexistentes para hacer frente directamente a las presiones reproductoras a través del control de la natalidad. Pero la nueva tecnología de contracepción y aborto puede haber llegado demasiado tarde. Las sociedades estatales contemporáneas se encuentran entregadas a la intensificación del modo de producción industrial. Apenas hemos empezado a pagar el castigo por los agotamientos ambientales relacionados con esta nueva ronda de intensificación y nadie puede predecir qué nuevos tormentos serán necesarios para trascender loe límites de crecimiento del orden industrial."

Os recomiendo que os lo descarguéis entero desde aquí: "Caníbales y Reyes: Los orígenes de las culturas"

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